lunes, 24 de marzo de 2014

EL TITANIC GLOBAL Y LA POSIBILIDAD DE UN PENSAMIENTO DEL SUR - Edgar Morin

Indudablemente, vivimos en un mundo de cambios apresurados, donde las dinámicas socio-culturales, económicas, tecnológicas y políticas se aceleraron como nunca antes en la historia humana, y exigiendo de nosotros elevar nuestros niveles de comprensión.

Ortega y Gasset decía “no sabemos lo que pasa y eso es precisamente lo que pasa”, y parece que nunca tuvo tanta razón: Siempre hay un retraso de la conciencia con relación a los acontecimientos inmediatos, y este desajuste se va profundizando mientras la globalización provoca una aceleración de todas las dinámicas (económicas, sociales, demográficas, políticas, ideológicas, religiosas...) y una multiplicación de interacciones innumerables entre estos procesos extremadamente diversos.

A partir, sobretodo, de la segunda mitad del siglo pasado, el modelo de la fragmentación de la ciencia comienza a dar señales de agotamiento y esclerosis. Se vuelve impotente para comprender y lidiar con problemas de todo orden, cuya complejidad desafía el conocimiento compartimentado. Los principios del orden, de la certeza y de la predictibilidad en los cuales se basaba la ciencia clásica se tornaron inoperantes delante de la incertidumbre de una sociedad-mundo que se confronta, en todo momento, con lo inesperado, lo no previsible. La torre de control del conocimiento comienza a arruinarse. El especialista se pierde en medio del juego de un rompecabezas que no ha aprendido a armar todavía. Así, hoy día, si las sociedades parecen incapaces de tratar los problemas planetarios fundamentales (Medio ambiente, geopolítica, derechos humanos...), es porque un déficit de la inteligibilidad aparece claramente en un mundo donde las interdependencias de toda clase aumentan, induciendo un proceso de obsolescencia rápida de nuestros cuadros de pensamiento y nuestros conocimientos técnicos, de nuestras instituciones y nuestros métodos de gestión.

Caracterizado por la especialización, el conocimiento se profundiza en el registro de lo parcial y de lo parcelado, mientras se afirma una imperiosa necesidad de globalidad para responder a numerosas urgencias sociales que son de hecho locales y globales al mismo tiempo. La validez de este conocimiento parece entonces discutible si no tiene en cuenta la comprensión de la complejidad humana y social y de sus dimensiones múltiples.

¿Es decir, qué ética para cuál conocimiento?

¿Podemos entender los problemas globales del planeta, mientras permanezcamos en un conocimiento dividido según disciplinas divididas?

¿No sería necesario reformar nuestro pensamiento para permitirnos concebir los problemas fundamentales y entrecruzados que nuestro conocimiento actual reduce en migas?

En este sentido se requiere pensar la mundialización como fenómeno fundamentalmente complejo: La universalización presenta sin duda una vertiente positiva, mediante el fortalecimiento de las inter-solidaridades, una mejor comprensión de nuestra comunidad de destino, las dinámicas de simbiosis y mestizajes culturales; pero sus degradaciones ya no sólo equilibran un balance sino plantean amenazas mortales para la especie humana. En la perspectiva de Morin, esta idea de crecimiento indefinido –que unificó una gran parte del mundo durante décadas, y lo sigue haciendo a pesar de la crisis del 2008- se debe abandonar absolutamente, porque asimilada a una “locura colectiva que no se ha diagnosticado todavía”.

Aquí, un tríptico de metáforas recurrentes permite sintetizar sus aportes cardinales en cuanto a los desafíos del periodo moderno:

* Titanic planetario
* Cuatrimotor
* Doble-hélice

Alrededor de este tríptico conceptual se organiza la crítica morineana en contra de la concepción tradicional del desarrollo y el progreso que exageran el papel de la ciencia, la economía como únicas vías legítimas y posibles para el desarrollo humano.

Ya en 1999 el ensayo "Estamos en un Titanic", había planteado muchas de las bases que estructurarían su producción intelectual de los años 2010: La metáfora del cuatrimotor, junto con la metáfora de la doble hélice, se presentan como pilares a partir de los cuales se denuncia esta concepción de un desarrollo que pretende resumir y diluir toda la aventura del progreso humano.

Al respecto afirma: “Podemos decir que estamos en un Titanic planetario, con su «cuatrimotor» técnico, científico, económico y de beneficios, pero no controlado éticamente y políticamente. ¿Dónde encontrar posibilidades de estas regulaciones y controles ético y político?”